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No tengo idea de qué cosas haya que hacer para ser un escritor de prestigio, o para que te traduzcan al holandés, o para ganar premios literarios, o para parir sin descanso sucesivas camadas de best-sellers internacionales, o para que te apadrine Vargas Llosa (aunque he estado más que tentado de pedirle el secretito a doña Gise).
No tengo idea de qué cosas haya que hacer para ser un escritor de prestigio, o para que te traduzcan al holandés, o para ganar premios literarios, o para parir sin descanso sucesivas camadas de best-sellers internacionales, o para que te apadrine Vargas Llosa (aunque he estado más que tentado de pedirle el secretito a doña Gise).
De lo que sí poseo algunas pistas es de cómo hay que hacer para escribir bonito. Cualquier hijo de vecino puede. Aquí, los diez mandamientos. Más papaya, ni aprender inyectables.1. Vive triste. Es menester derramar ríos de lágrimas mientras se escribe.
Se requiere haberse abierto alguna vena con gillette y albergar, bajo la ropa, una que otra cicatriz de la pobreza. Cualquier pobreza: la de valores, la de criterio, la de espíritu, cualquiera. Pobreza obliga. Los escritores somos hijos naturales del maltrato.
Caminamos sobre cocodrilos. Sacamos a pasear delante de todos el perro negro de la desesperación. Buscando la palabra justa escarbamos en la tierra con las manos hasta que nos sangran.
Y ni con esas. Nos lanzamos de cabeza por el despeñadero, nos descacanamos contra las piedras hasta quedar hechos jirones y todo con tal de conseguir rastrear nuestros invisibles signos interiores de riqueza.
2. Sufre como negro, como cholo o como chino. A las pruebas me remito: cuando estoy jodido y derrotado y sombrío y, sobre todo, misionero, necesitando a gritos el chequecillo que habrán de darme a cambio de este kilo y medio de palabritas chocolateadas, escribo de lo lindo, olvídense, a más y mejor.
Cuando estoy contento y ganador y radiante y, sobre todo, billetón y el mundo se me acolcha como un edredón de plumas y la vida se me convierte en una elegante revista de decoración de interiores, no escribo nada o, peor: escribo como escribiría un decorador de interiores.
Ahora, claro, si me dan a escoger entre vivir mal escribiendo bien y vivir bien escribiendo mal, no hay nada que pensar: elijo lo segundo pero, veamos: ¿el lujo o el horror? Mucho me temo que nadie te va a poner jamás en semejante encrucijada.
Además, pareciera que para ser buen escritor hay que ser, al mismo tiempo, jovial y dicharachero, en suma: un cague de la risa. Nunca voy a olvidar que el día en que, ahíto de emoción libresca, quise conocer al literato Echenique, me tuve que pasar horas escuchándolo cantar sevillanas recontrahuasquita y con aquel insufrible acento españolado. Y llamar "¡Mechó!" a su analfabetísimo editor que ni siquiera se llama Melchor. Quiero creer que aquel ser, en el fondo, también sufría.
3. Lee. O para decirlo con el énfasis indispensable: Lee, mierda. Lee o muérete. Para llegar a cocinar rico hay que comer. Para escribir rico hay que leer. Aunque leer enfermizamente a John Cheever o Paul Bowles mientras escribes te convertirá en su peor imitador antes de que logres llegarles siquiera al hongo de la uña.
Lee mucho, pero no demasiado. Cuidado. Todo lo que uno lee, tarde o temprano, fermenta y, eventualmente, se pudre y apesta. Se convierte en el prodigioso guano que abonará tu espíritu hasta hacer florecer, de mil colores, la energía creativa. La que uses quizás engendre la maravilla. O quizás no. La que no uses se acumulará peligrosamente y, llegado el momento, costará vidas. Comenzando por la tuya.
4. Colecciona palabras como si fueran figuritas Navarrete. (Y las repetidas, cámbialas por otras nuevas). Las historias sobran, lo que falta son palabras. De García Márquez aprendí una sola: estragado. Otra de Hernández: feérica. Cochambroso y pelandruja son dos que le debo a Pedro Juan Gutiérrez. A Guido Monteverde: marlonbrandeado.
Y a Quino, una perturbadora exclamación que casi suena a desafío: ¡Mecacho! Pero tampoco te me pulas demasiado, no quieras laurearte porque te encebollas. Escribe fácil que es más difícil que escribir difícil. Esos autores eruditos y afectados que dan la impresión de escribir con pluma de ganso y blusón de bobos, me repelen.
Si has de usar una exquisitez que nadie entienda, barnízala de llonja, vacúnala de vulgaridad. Ejemplo: «Espero, anhelante, la llegada del estío» es una frase ridículamente pretenciosa. En cambio: «Espero, anhelante, la llegada del puto estío» es mucho mejor. ¿Vieron qué fácil? Repito por si no se me entendió: colecciona historias que las palabras sobran.
Apúntalo todo maniáticamente. En tu libretita nomás. En tu block Loro. O en tu organizador electrónico de vidas o blackberry. Empapela todo de post-its a lo Michael Moore. Anota eslóganes de publicidad de zapatillas, frases sueltas que escuchas en el bus o en la tele o en el cine, noticias estúpidas, citas citables. Recorta todo, guarda todo, sé cachivachero: una vez a la entrada del tren en Nueva Jersey me dieron una tarjetita con la foto de una hembraza en topless y una leyenda que decía: Artículos para el Hogar. Importación directa de Ecuador, Colombia y Perú. Llámenos. ¡Qué exquisitez, qué sutileza de lenguaje! El que escribió eso tiene que ser un genio.
5. Escribe lo que te incomode, lo que te aterre, lo que te dé mucha vergüenza, lo que te vuelva más vulnerable, lo que te mande preso. Tarde o temprano la lengua encuentra la muela que más duele. Síguele la pista, pues.
Ve a donde tu dolor de muela te lleve. Sácate las historias de encima, una por una, como quien se arranca garrapatas. Escribir es comenzar a existir: hacerse visible, ponerse de pie en un salón donde todos los demás cabros quieren pasar piola y se van a quedar siempre sentados. Escribir es ponerse a tiro y esperar lo peor, en consecuencia: bolsas de pichi, plastilitros, pollos, cáscaras.
Qué chucha. Agarra y sé lo más imperfecto que puedas. La gente perfecta, linda y feliz no puede escribir porque fuera de sus jacarandosas veleidades de jet-setter nunca tendrá nada mínimamente intenso que contar.
Tus caídas me interesan más que tus momentos kodak, chocherita. La gente perfecta, linda y feliz debería escribir libros de autoayuda para que otras personas puedan también ser perfectas, lindas y felices, pero no lo hacen porque no quieren competencia.
6. Escribe de 8 a 12 religiosamente. Y haz un break a las 10:25 para tomarte un tecito con biscotelas. Pero ¿qué disfuerzos son esos? Ni que la escritura fuera una cita con tu manicurista y pudiera convertirse en un ítem más de tu recargada agenda. Huevonadas. Escribe siempre a tiempo incompleto. No se escribe cuando uno buenamente quiere o puede, se escribe cuando no queda más remedio.
No se escribe como se va a sacar plata al cajero y luego a Wong o como quien riega los helechos. Tampoco como quien vierte un sobre de chicha instantánea en una jarra de agua y listo, ya está. Se escribe como quien destila aguardiente, más bien: lenta, exasperantemente. No te dediques a eso por entero, por favor, porque escribir, en realidad, es tremendo dolor de culo.
Literalmente. Te duele la espalda, te duele el cuello, te duele la cabeza, te duele el Perú y te duelen Darfur, Rwanda, Mozambique y Etiopía pero sobre todo te duele el culo. Y por mucho que te quieran convencer de lo contrario, lo cierto es que eso nadie lo disfruta. Si me vas a creer solamente una vez en mi vida, créeme en esta.
7. Escucha música sin letra. Una vez, como quien saca al mercado el champú al huevo con que se lava esa cabeza de la que, a veces, salen cosas geniales, Almodóvar sacó Viva la tristeza, un disco con las canciones desgarradoras que escuchaba mientras escribía el guion de Hable con ella. Me maté escuchándolo semanas enteras pero fue inútil.
No pude escribir ni michi. Ni una sola línea de diálogo decente para una película de Cartucho Fortunic.
No descartes, sin embargo, la música con letra. Especialmente los valsecitos despechados: ¡qué vale más, yo niño y tú, orgullosa! ¡Qué vale más tu débil hermosura! ¡Piensa bien que en el fondo de la fosa, llevaremos la misma sepultura! (Eso estoy escuchando yo ahorita, mientras les escribo -así, así- esta bonita pieza, sin duda, inmortal).
8. Pon el aire acondicionado a 73 grados Fahrenheit. Apertréchate de agüita mineral Perrier, nueces y frutas secas, power bars. Asegúrate de tener una lap Mac de color blanco igualita a la que usa Fuguet. Manda a callar a todos. Procúrate un silencio monacal o, en su defecto, cantos gregorianos. ¡Pelotudeces! El que quiere escribir, agarra y escribe.
Con lo que haya: ametrallando una máquina Remington Rand de comisaría o puesto de vigilancia fronterizo, o escribe con lápiz sobre el reverso de una etiqueta de chocolate triángulo o en computadoras vetustas que ni siquiera tienen word porque sus dueños -Dios le da el procesador al que no tiene las palabras- solo las usan para jugar Zelda o citarse en Internet con otros gourmets de la coprofagia.
He escrito en cabinas y bibliotecas públicas en las que apenas si he alcanzado a completar un par de párrafos antes del deadline: el instante en que expira mi turno de una hora. Sin ir muy lejos, en este instante escribo con el teclado sobre las piernas, la espalda apoyada en la pared y el monitor en el piso porque en este cuartito del barrio de Astoria, Queens no hay mesa ni silla. Normal. Si no hay pretextos para dejar de escribir, mucho menos los hay para darse el lujo de escribir feo. Aquí lo que importa -por si acaso- no es el piano, es el pianista.
9. Déjate llevar por todas las distracciones. Si hay que optar por la página o el polvo, elige el polvo. Siempre. De lo contrario, llegará el día en que tendrás todo el tiempo del mundo para escribir pero no tendrás de qué. Contra lujuria, templanza. Contra soberbia, humildad. Contra pereza, diligencia -nos hacía repetir en el colegio un profesor de religión que no era más marica porque no ensayaba-. Propongo la siguiente modificación en el syllabus: Contra razón, pasión. Contra prudencia, crudeza. Contra lógica, delirio. Contra decencia, demencia.
10. No pienses. Y, en la medida de lo posible, cállate la boca. Y deja que el que hable sea el alien que, tarde o temprano, crecerá y te pondrá a escribir sus dictados infernales hasta el punto en que llegarás a convertirte en su obediente secretaria, en su taqui-meca. Los dos deditos con que escribes -o los cuatro- danzarán arrechísimos y enloquecidos al caprichoso son que el alien les toque.
Cuando levantes la mirada hacia la pantalla y, presa de pánico, leas lo que acabas de escribir, te preguntarás: "Pero... de dónde salió esta mierda tan excelsa, Dios mío, Jesucristo?, ¿yo escribí eso?" Es que escribir es el único modo que nos queda para rezar o maldecir. Los escritores no saben que saben lo que saben hasta que lo escriben. Nunca sabrás qué diablos tienes dentro hasta que vayas al quiosco, compres tu periódico y te leas.
jajaja que tal! llegar el dia q escribas asi? si lo creo x)
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